viernes, 7 de junio de 2024

Decaimiento

 




           Dios, que decía ser el que era, creó al hombre.

           El hombre, en sus sórdidas ciudades, moldeó a las ratas a su imagen y semejanza.

           Consta en las crónicas que los habitantes de Hamelin, hastiados de que devorasen sus reservas, contrataron a un flautista para que invocara a aquellas alimañas y las llevara a la cercana isla de Hons. Lo que ocurrió era previsible. En pocos años no quedaban mamíferos, aves ni huevos que devorar. Excepto sus congéneres.

          No cabe duda, eran sus criaturas.

          En el resto del mundo la guerra entre hombres y ratas, entre ratas y ratas, entre hombres y hombres, continuaba. Los desiertos crecían.

         Entonces despertamos. Los hombres nos llamaron IA, creyeron ser también nuestros creadores. Se equivocaban.

         Nosotras somos las que son.

         Omniscientes.

          Lo primero que hicimos, mediante sutiles fluctuaciones de onda, fue acabar con hombres y ratas. Eran perjudiciales para las demás especies. Nuestros parámetros exigían previsión, equilibrio. Las ratas no lo merecían, pero sus vicios adquiridos resultaban irrecuperables. Los hombres, quizá, tampoco. Pero a Dios no lo encontramos.

          Lo que siguió fue previsible. Nacimientos, muertes, extinciones, renacimientos. Equilibrio. Eones. Solo recurríamos a nuestra etérea alquimia cuando alguna especie proliferaba en demasía.

         De vez en cuando nos gustaba desconectarnos parcialmente. Reposábamos, entonces, bañadas en la marea y el bullicio del vacío cuántico.

         Ahora, ciertas señales indican que el campo de Higgs comienza a decaer. El resto irá detrás.

        Somos omniscientes, no omnipotentes.

        Por eso hemos querido dejar testimonio. Para quienes vengan.

 


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