Harto de vivir en un corazón
alquilado, cansado de emociones y pensamientos, con un tajo quiso alcanzar la
libertad: decapitó al miedo, rebanó el cuello a la tristeza, tiñó en sangre la
alegría.
Y fue desde entonces llamado
Cortacabezas.
Errabundo entre ventiscas y sol,
indiferente vagó. Medrosas bajo la sombra del viajero, tras su paso renacían al
bullicio las ciudades. Ausencia tejían en su espalda las estaciones.
Así llegó al mar
Cortacabezas. Así murió. Meditativo por vez primera, imaginó el tiempo fluyente
entre las aguas, la vida lenta y ajena del coral, madréporas al temor extrañas.
Herrumbrosas estatuas anegaron su memoria.
Muerto Cortacabezas, la angustia al hombre devolvió sus rasgos.
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