sábado, 2 de abril de 2011

Sobre narvales y sirenas





            Se acercan, con la claridad, las avestruces.
Ocultan
su cabeza
entre la espuma de un mar indiferente,
bajo cuyas ondas
en sinuosas salmodias rehenes
del ámbar y la memoria
los pasadizos otean. Quizá,
si por un momento
tornaran su rostro hacia la orilla,
percibir podrían
la ronda vigilante de las orcas,
cierto dulce aroma cabe las algas muertas,
el alborozo de las gaviotas
a orgías de carroña entregadas.
Mas del tiempo los estragos
hace tiempo abandonaron.


En verdad, si alguna mañana su ritual ignoraran,
limpia de sal la mirada,
al sortilegio de la armonía inmunes,
estas aves desmembradas podrían,
con sus inexistentes manos,
acariciar
su cabellera inexistente, y decirse, casi ensimismadas,
pensativamente: qué burda existencia ésta, qué triste vida.


Parecen, no obstante, poco afectas a la reflexión.
Incapaz de imaginar sus noches,
me pregunto si sentirán pena de mis pupilas insomnes.



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