“Mi angustia, mi pesar”, susurraba una, “es este imposible anhelo, este afán por, sin renunciar a la rectidad, con todas sus grandezas y miserias, ser al tiempo yo misma, distinta a todas mis congéneres. Recta, sí, no curva, ni espiral, pero esta recta. Y la impotencia consume mis días.”
“No desdeño tu retórica”, respondió la otra, “mas ¿qué importa cómo se es, cuando se está obligado a ser? Lo que mí me aterra es que soy, y seré, y a lo largo de los infinitos puntos del infinito plano por siempre seré y jamás dejar de ser podré. Así el horror consume…”
No oí el final de la conversación, pues hacía ya
tiempo
y espacio
que ambas paralelas –si en verdad lo eran-
habían abandonado mi hoja, blanca, garabateada,
rectangular y de muy leve peso relativo.
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