Su mirada irradiaba confianza. Me puso una mano en el hombro, apenas leve caricia en el cuello. "Sé que la noche parece oscura, pero te aseguro que el alba se acerca".
"Es decir, abreviemos", añadió, mientras, fulgurante y sombrío, clavaba los colmillos en mi carne.
Así empecé. Desde entonces, viajo deprisa.
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