(Penúltimo poema de Beula. Aparecido inicialmente en la extinta Escritores Complutenses, con motivo del octavo cumpleaños de mi hija Sara.)
Milenios
de lenta zozobra,
el
amanecer se demora. Demudado
bajo los
febriles párpados
la lluvia
átona de la memoria escucho,
los
arroyos quebradizos,
el siseo
de las venas.
Desde el
útero caliginoso
la tos
antigua de padre escucho,
la tibia
respiración de Sara
al latir
de su madre acordada.
Corazón de
finos huesos,
pálpito de
inquieta savia.
Acaso
también, mi vida,
con el
duende cornudo sueñas.
Qué
vergüenza
nada tener
para enseñarte. Qué vergüenza
este miedo
a hablarnos de la muerte,
aun si
escuchamos el gemido del narval nonato,
la sangre
del mineral sobre el óxido,
los
augurios sombríos del invierno
envueltos
en el viento
que
alrededor de la casa gira.
Te diremos muchas veces
que de mayor podrás entenderlo. Lo diremos,
serio el ademán, la mirada confusa, sólo por evitar
confesarnos que no sabemos.
Mucho caso no nos hagas
aunque frunzamos el ceño,
pues torpes somos, y estamos cansados.
Te diré una verdad, aunque en la verdad no crea:
tampoco es nuestra la culpa. Nos contamos historias
para ir pasando el rato.
Hay tantas cosas, corazón, tan raras:
por qué es universo el universo y no,
pongamos, nada fría, tibia nana.
Por qué en su entraña habita
oquedad tan luminosa que la luz huir no puede,
negra pupila que las miradas bebe. Por qué a crecer
empieza,
y de crecer no para,
y bosques mañanas bares
nebulosas atraviesa
y le da por seguir, por nunca detenerse, y a todos
sitios lleva,
río que en ningún estuario remansa
ni en mar alguno desemboca. Por qué se nace,
por qué se muere, por qué se piensa
lo que uno pensar no quiere.
Si se aburría la energía
cuando era nada fría, suave brisa, aire ligero.
Si del cuarzo los cristales son pensamientos,
si sobre su soledad el cuarzo, compungido, reflexiona.
Por qué los porqués nunca de acabar acaban,
por qué sueñan las personas
y no hacen ruido las horas.
De todo eso nada sabemos.
Así que mucho caso no nos hagas.
Duerme y
sueña, a madre aferrada. Tiempo tendrás
de ir a la
escuela, repetir los verbos,
aprender
la sintaxis, olvidar la sintaxis,
tiempo
tendrás
de conocer
los cuerpos mientras lames la mañana.
Sombra
mía, cariño del alma.
Escucha
mientras tanto
los
latidos del tímpano en la arteria,
el
murmullo de la bruma en la ventana.
Otro día
sobre cachelos tiernos
las
palabras pringosas tragaremos.
Y en otros
días tal vez recuerdes
aquel tiempo de tiempo lento
cuando el futuro nunca empezaba,
cuando las palabras asadas
nos tiznaban toda la cara.
En esta
noche de milenios
no os
soltéis de la mano,
qué bien
sentir la lluvia ahí fuera
el pijama
y las sábanas bien secas.
Sístole
calla, diástole olvida,
la vía
láctea se va quedando dormida.