Un gigante esta sentado ante tu casa.
Abres, para verlo mejor, la ventana.
No te mira.
No llora.
La bocanada de aire que exhalas
asciende pausada, se remonta
sobre las antenas, las nubes, el cielo
falsamente azul
hasta fusionarse, hasta perderse,
por las sendas del falso vacío
del bullicioso vacío.
El gigante sigue ahí, apoyado ahora sobre un brazo.
No te miras.
No lloras.